LA ESCUCHA DEL CUERPO
Por: Magaly Pérez
Lafe
La mayoría de nosotros; por no decir todos,
vivimos alienados de nuestro cuerpo; mucho más los que vivimos en sociedades
industrializadas donde hemos perdido gran parte de nuestra capacidad de
percibir y leer las señales que envía nuestro cuerpo. La cultura occidental, es
la cultura del Hacer para Tener y
por ultimo Ser. Esta dinámica nos ha llevado por mucho tiempo a
arreglarnos con mucho trabajo externo y poco tiempo para estar con nosotros
mismos. Hemos aprendido a vivir nuestra cotidianidad como si el cuerpo fuera
una maquina diseñada para actuar, reaccionar e interactuar, como si tenemos un
cuerpo, no que somos cuerpo.
Una de las cosas que esta
pandemia rompió justamente fue este esquema de funcionamiento social y nos
colocó a todos dentro de una espiral de emociones y sensaciones que no podíamos
controlar, como, por ejemplo: el miedo, la tristeza, el dolor, la pena,
ansiedad, rabia e incertidumbre. Cuando por mucho tiempo no hemos sentido
nuestros sentimientos con regularidad, durante los periodos de crisis o de
cambios como los que nos produjo el aislamiento social y la pandemia, tenemos
una acumulación de emociones reprimidas almacenadas en nuestro cuerpo. Cada uno
de nosotros guarda en su cuerpo memorias emocionales relacionadas a nuestra
particular biografía que se convierte en un registro biológico singular para
responder ante la adversidad. Ahí se encuentran nuestras fuerzas y debilidades,
esperanzas y temores. Por tanto, nuestro cuerpo tiene un lenguaje y una
sabiduría con el que no estamos completamente familiarizados. Esta sabiduría es
innata; no es necesario que sepamos que le ocurre a nuestro cuerpo para
responder a ello de manera automática, o con prácticas que probablemente no nos
van a servir. El lenguaje del cuerpo es sencillo y llanamente honesto. Habla a
través de metáforas, símbolos y síntomas; sean físicos o emocionales, siempre tienen
una lección que enseñarnos.
Para nosotros, los psicoterapeutas corporales
que partimos de la premisa que somos una Unidad Funcional cuerpo, mente y
espíritu; aprender a escuchar a nuestro cuerpo nos sintoniza con nuestras
necesidades, con las emociones alojadas en él y cuya finalidad al margen de las
que sean, es ayudarnos a sentir y participar plenamente de nuestra vida. Se
convierten en una guía de nuestra sabiduría interior que nos permite confiar en
esa danza energética interna. Esto, por supuesto no siempre es fácil, porque
nos han enseñado a vivir como si estuviéramos en una constante emergencia
“Luego me ocupo de eso que siento, ahora no tengo tiempo”. Dejarse de lado se
ha convertido en una costumbre. Esta postergación o negación hace al cuerpo
hablar con una voz más alta para llamar la atención. Es entonces, cuando
nuestro cuerpo se expresa a través del síntoma (dolor, malestar, incomodidad,
etc) al no permitirnos oír el mensaje y tendemos a evadir o amortiguar la
molestia: con distracciones o tomando tranquilizantes, lo que hacemos es
aminorar o apaciguar este flujo interior de sensaciones que van a buscar
expresarse, bien sea teniendo explosiones de rabia, tristeza o impotencia o
guardándolas dentro del organismo donde más adelante podría expresarse en una enfermedad.
Pero entonces… ¿Qué significa escuchar al
cuerpo? ¿Cómo se hace eso?
Empezaríamos por:
Prestar atención: La mejor forma de hacer esto es a través de la experiencia personal. Por tanto, tienes que indagar: ¿Cómo haces las cosas? ¿Cuál es la imagen que tienes de ti mismo? ¿Observa cómo te hablas rutinariamente? ¿Qué piensas y que te dices cuando estas frente al espejo? Presta atención a tus pensamientos y observa cómo afectan a tu cuerpo. ¿Cómo es tu ansiedad, como la puedes reconocer, que produce en tu cuerpo? Por ejemplo: cuando pierdes el contacto con tu cuerpo, ¿te atropellas, haces las tareas por cumplir, como deberes no como elecciones, te atormentas con listas imposibles de cumplir y con valores perfeccionistas?
Nunca desestimes el valor del malestar en tu
interior, él te puede ayudar a utilizar esas sensaciones “desagradables” como
una guía para comenzar hacer las modificaciones necesarias, nos habla que
deseamos algo pero que no sabemos que es. Aprender a valorar como esta mi
cuerpo: ¿cómodo/incomodo?
¿Con ganas de estar o huir? Escuchar el
malestar nos ayuda a aprender a reencontrar el camino del bienestar, pero como
todo camino solo puedo atravesarlo desde el otro extremo en el que me coloque.
Se
curioso: Tu propia sabiduría corporal sabe lo que
necesita para estar en paz y feliz. Recuerda lo infinitamente curioso que
fuiste de bebe: explorabas, probabas, desechabas, jugabas y disfrutabas
“Cuando
sientes algo en tu cuerpo, es tuyo para siempre”.
Reconocer que eres el producto de tu historia
particular y tendrás que buscar ahí lo que mejor te conviene.
Observa tus pensamientos: Es probable que aparezca ese hábito muy arraigado y viejo: la costumbre de juzgarte, la voz de ese critico interior que puede convertirse en destructor, rudo, censurador para tu paz interior. Además, chequea como se pone tu cuerpo cuando aparecen esos pensamientos de miedo, rabia, impotencia y frustración.
Date
cuenta del esfuerzo: Observa cuanto
esfuerzo pones en tus tareas cotidianas: ¿Lo haces sin pensar? ¿Con cuanta
brusquedad colocas las cosas? ¿Con cuanta firmeza sostienes el teléfono cuando
hablas? ¿tienes prisa normalmente? Muchos de nosotros agotamos el cuerpo por el
esfuerzo extra que aplicamos en las tareas cotidianas. Pero estas formas de
hacer también nos dan pistas de nuestro estado emocional. Tenemos muchas
creencias que refuerzan estas costumbres: “Hazlo lo mejor que puedas”
“esfuérzate por conseguir la perfección” “inténtalo, inténtalo”
Busca
tu bienestar: ¿qué cosas disfrutas? ¿Cuáles son tus
placeres? Aventúrate a descubrir la sensación de deleite e integridad que te
produce, sea lo que sea: puede ser con tu sentido del olfato, el tacto, el
gusto, la contemplación, moverte, ¿con tu mascota?
Observa tu respiración: El miedo, la impaciencia y la angustia nos impiden respirar profundamente. Respirar es el camino para hallar la paz mental, para la aceptación de las emociones y para tener conciencia de tus intuiciones corporales. Respirar es dejarse ir. Cuando adentro nuestros mandatos son: “Apúrate” “date prisa”, cuando te preocupas o sientes miedo aguantar la respiración es lo que hacemos automático, porque aprendimos a amortiguar nuestros sentimientos de esta manera y así evitar contactar con lo que sentimos. Existen diferentes técnicas de respiración, prueba la que mejor va contigo, de manera amable y compasiva con tu cuerpo.
Recuerda
siempre puedes elegir: Puedes en cada
momento elegir lo mejor para ti, lo que disfrutes, deshaciéndote de los “tengo”
y “debo”, una perspectiva amable te permite discernir que puedes hacer en un
momento eligiendo lo que más te place.